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José Gorostiza |
Aquí yace José Gorostiza. Y ni una palabra más
El autor de Muerte sin fin, aquella tarde en Coyoacán, ya nos anunciaba su muerte, por más que
trataba de disimularlo quemando cigarrillos y hablando de poesía. Recuerdo bien
su aspecto de hombre vencido, fisicamente, junto al ciclón de vida que aún era
Pancho Lona, el amigo, suyo y mío, que hizo posible aquel encuentro.
Yo, admirador de su poema genial, estaba emocionado. Eran todavía tiempos, para mí,
en que los poetas me emocionaban. Pero Gorostiza, allí, me pareció a años luz
de su obra. Uno descubre a veces que la obra y el autor terminan cada quien por
su lado.
Tenía,
empero, grandes deseos de hacerle preguntas al poeta. De escuchar su palabra
viva. Gorostiza, quien se negaba a ser entrevistado, tuvo el tacto de verme
como a un poeta y no se negó. Pancho Lona, sin duda, fue mi ángel protector. Lo
era allí y lo había sido y lo fue hasta su muerte, con generosidad que nunca
olvidaré. Lo conocí en casa de León Felipe y cuando declaré que deseaba conocer
a José Gorostiza no cesó hasta lograrlo.
Ante el poeta,
¿cómo no hablar de Muerte sin fin? Al
preguntarle yo que había representado para él el haber escrito su alto poema,
tras fumar despacio y mirar como en ausencia, me confesó: "Para mí
representó un acto de liberación. Yo creo que el campo de las libertades es la
poesía, que es donde uno realmente puede decir lo que le dé la gana. Creo que
no hay hombre más libre que el poeta. Yo al escribir Muerte sin fin me sentí más libre. En poesía nunca hay sanciones, ni
censuras, ni siquiera para escribir versos malos."
Pancho y
yo sonreímos. El poeta continuó fumando. La libertad fue compartida y la noche,
que caía, me pareció distinta. Transcurrieron unos minutos y retomamos la
plática. Intenté averiguar cuáles eran los poetas predilectos de Gorostiza.
Primero se negó a contestar y luego me fue diciendo:
-Me
gustaba de los clásicos: Luis de Góngora, por la suntuosidad de su expresión.
Hay muchos pasajes de Muerte sin fin
que son gongorinos. Yo me nutrí siempre en la poesía clásica española. Muchos
poetas de mi generación leían poetas franceses, sin embargo yo los leí muy
poco. Siempre preferí los clásicos españoles. Felizmente coincidimos en los
gustos literarios. Intercambiábamos versos de Luis de Góngora y también de
Francisco de Quevedo. Le recordé a Barahona de Soto y él me hizo pensar en
Fernando de Herrera y Franciso de Medrano. Pancho Lona puntualizó sobre Lope de
Vega. La noche se puso clásica. Las volutas de humo se hicieron círculos de
historia. Fue entonces cuando se me ocurrió preguntarle cuál poeta elegiría
para representar al poeta. José Gorostiza, sin asomo de dudas, me declaró
terminantemente:
- A
Shakesperae
Dejamos
pasar en silencio varios segundos. Luego le preguntamos por sus tres palabras
predilectas. Respondió:
- Inteligencia. Recuerdo. Armonía.
Y tras
esto pretendimos saber, de no haber sido poeta, que es lo que le hubiera
gustado ser. La noche prima se incendió de claridad. José Gorostiza nos confesó:
- La
verdad, de no haber sido poeta yo hubiera deseado ser torero. Es un arte
relámpago de una belleza extraordinaria cuando toro y torero se acoplan en
perfecta armonía. Y añadió tajante al referirse al arte de torear: "Es un
arte sin igual."
La pausa.
Otro cigarrillo. José Gorostiza nos hablaba de sus toreros: Admiré a Juan
Belmonte, a Rodolfo Gaona, a Manuel Rodríguez Sánchez "Manolete" y de
los nuevos me gusta Manuel Benítez "El Cordobés".
Y
retomamos la senda de la poesía. Buscamos saber de labios de José Gorostiza
cuál era, para él, la función de la poesía en este mundo. Nos dijo:
- Aparentemente
de lo que destaca hoy en el mundo, parece que la poesía ha perdido su prestigio
y son incluso muy pocos los jóvenes que se entregan a esta heroica
vocación. Ya ni las mujeres vibran con la poesía. En mi época no era así. Pero
vayamos a la pregunta: Yo no sé ya qué función es la de la poesía en el mundo,
pero siempre ha sido la de embellecerlo y la de poner en claro su misterio,
hasta donde es posible... la poesía es punta de lanza. Así creo yo.
De inmediato le preguntamos: ¿Cree usted que el
poeta tiene un destino especial, distinto al del resto de los mortales?
- No, yo
creo que no. Hay, sí, algo de destino y puede que de genética. En mi familia
siempre hubo miembros con predisposición para las letras. Mi padre era banquero
y, sin embargo, sus cartas estaban muy bien escritas.
No
sabíamos que el padre de Gorostiza hubiera sido banquero. Al saberlo no nos
extrañó... un poeta puede surgir de cualquier parte y de cualquier padre,
porque al fin de cuentas todo poeta es hijo de sí mismo. Tras pensar esto se me
ocurrió preguntarle si existe algún poema no escrito por él, pero sí en su
mente que le hubiera agradado escribir. José Gorostiza clavó los ojos en no sé
qué distancia y habló:
- Para
después de Muerte sin fin yo quería
escribir un poema de amor. Le confieso que para mí no es sino una manera de
buscarse a sí mismo. El ser amado no es la otra persona. El ser amado es uno
mismo. Creo que a fuerza de buscar uno en una mujer, o muchas mujeres, se halla
uno en sí mismo. El amor es un ejercicio de narcisismo. El amor es egoísmo
puro. Cuando el hombre y la mujer se buscan sólo están impulsados por el deseo
de indagar quiénes son... Ahí está el nudo, pues el amor es la imagen de Dios
que sólo es posible verla si llegamos a vernos a nosotros mismos a través de la
persona que llamamos amada. A mí me hubiera escuchado escribir ese poema como
escribí Muerte sin fin, que me nació
un día en que yo, por una circunstancia que no recuerdo, me sentí llamado en mi
atención por el proceso de la vida y la muerte y advertí que todo lo que
nosotros vemos está naciendo y muriendo al mismo tiempo. Pero yo no vi todo
esto desde el otro lado, me asomé a la otra cara de la moneda y nació Muerte sin fin, que hay quien dice que tardé
once años en escribir, pero la verdad fue que me costó únicamente un año.
Callamos.
Supimos que para Gorostiza la poesía "es una función sagrada."
Hablando de otros poetas nos recordó a Leopoldo Lugones diciendo en voz
alta un verso suyo: "Llueve en el mar con un murmullo lento."
Gorostiza nos platicó de su ave predilecta, el cenzontle; de su pueblo más
querido: Taxco; del nombre de mujer que más han acariciado sus labios: Martha;
de su color favorito: el azul.
La tarde
quedaba lejos. La noche se adensaba. Volvimos a entrar en materia. Fue Pancho
Lona el que preguntó si la poesía debería servir para algo concreto. Gorostiza
nos comentó:
- No.
Aunque hay muchos poetas que usan la poesía para propagar credos políticos, yo
creo, hablando lisa y llanamente que la poesía no debe estar al servicio de
nada ni de nadie, sino de sí misma. Todo lo que no esté dentro de esta norma de
libertad y autenticidad está muy apartado de mi emoción poética. La poesía no
debe comprometerse con nada.
Le
pedimos consejo para un joven poeta. Gorostiza me miró a los ojos y me dijo:
"No caigas nunca en una escuela de poesía."
Pensamos
en los talleres. Y de inmediato dejamos de pensar en semejantes trucos.
Gorostiza nos habla ahora de El cantar de los cantares, libro, poema que con mucho
gusto hubiera querido escribir. Y yendo con Pancho Lona, ¡cómo no íbamos a
hablar de nuestro querido León Felipe!
- León
Felipe era un profeta, algunos de sus libros, dentro de la tradición hebraica,
creo que podrían incluirse en la Biblia. Era un poeta excepcional. Yo lo quería
y admiraba mucho.
Hablamos
con José Gorostiza de otros poetas y nos atrevimos a preguntarle qué epitafio
querría que llevara su tumba. Esto fue lo que dijo:
-
"Aquí yace José Gorostiza. Y ni una palabra más."
Se hizo el
silencio y caminamos hacia la puerta con Pancho Lona, del gran amigo que, ahora
lo siento presente, muy presente en mi corazón al igual que a José Gorostiza,
con quien comparte el reino de la muerte... al que todos pertenecemos.
José
Gorostiza había nacido en Villahermosa, Tabasco, el 10 de septiembre de 1901.
Falleció en la ciudad de México el 16 de marzo de 1973. Su poesía vivirá entre
nosotros mientras la lengua castellana.