sábado, 21 de marzo de 2015

Entrevista con "El Perro" Aguayo

Compartimos la siguiente entrevista que realizó Juan Cervera Sanchís a Pedro Aguayo en el año de 1987; dedicada a los amantes de la lucha libre, y, especialmente, en honor a la lamentable muerte de su hijo Pedro Aguayo Ramírez, ocurrida este sábado. 

Pedro Aguayo
El legendario perro de Nochistlán
¿Perro de pocas pulgas? Pues sí, pero sobre todo excepcional y fabuloso luchador. El Perro Aguayo es ya parte de la leyenda y la historia del pancracio mexicano. Quimérico en cada uno de sus combates. Gran señor del cuadrilátero. Es por eso que yo lo llamo, por considerarlo justo y más que legítimo: “Don Pedro de Nochistlán”. Fue ciertamente en Nochistlán, Zacatecas, donde este HOMBRE (con mayúsculas) vino al mundo el 28 de enero de 1946. Acuario. Regenteado por Saturno y la flor del heliotropo. Influido por el sol. Nimbado por los colores: violeta, gris y verde nilo. Con el cinco como número de la suerte. El cinco es un número formado por su familia: Él, doña Luz (su esposa) y sus hijos: Luz América de doce años, Pedro de siete y la genial y cautivadora Rocío Primavera de dos, por la que fuimos seducidos Guillermo Mañón (nuestro magistral fotógrafo, el gran artista de la fotografía hoy por hoy de la lucha) y su humilde servidor.
Con la sonrisa más amable nos abre la puerta de su hogar don Pedro Aguayo. Se respira paz y sencillez en su casa. Rocío Primavera baja por la escalera robándole cámaras al papá e impone su estrellato femenil. Don Pedro nos invita a tomar asiento. Hablamos del profesor, de lo mucho que aprendió de él (el espíritu de “El Santo” revolotea por la sala jugando con Rocío Primavera). Pero vamos a Nochistlán mientras don Pedro nos dice: "Allí siembras maíz y recoges abrojos. Mi padre era campesino. La vida fue muy dura para mí desde el principio. Sé lo que es el hambre. Que nadie me cuente. En Nochistlán vivir nunca ha sido fácil. Pero la gente es muy noble en aquel lugar. Había que salir de allí… el hambre nos expulsaba de la tierra natal con violencia. Mi hermano mayor fue el primero en partir. Escribió a la casa. Había encontrado trabajo como cargador en el mercado Corona de Guadalajara. Mi padre, que descanse en paz, arrastró con nosotros y llegamos a aquella ciudad. Tenía apenas unos ocho años, y si sabía explicarme, y como era torpe al hablar, todos se reían de mí, y como siempre he tenido ‘pocas pulgas’ me daba coraje y me la pasaba golpeándome con medio mundo. Esto de andar de golpes con todos me llevó a los gimnasios. No me dejaban entrar, pero yo me colaba. Fue por eso de que merodeaba por los gimnasios y decían: “Ahí viene el perro”. Era yo un chamaquillo solitario y mal encarado. Tenía rencores contra la sociedad, pues… por mi origen, rencores que ya he superado.

            En algunos gimnasios me daban oportunidad de subir al ring y me las veía con muchachos mayores que yo, pero a más de uno los fracturé. Me odiaban y los odiaba. Una vez la mamá de uno al que había golpeado en un entrenamiento y resultó lastimado me quiso matar con una chaveta de zapatero y él me salvó.
 – ¿Ahí se aficionó a la lucha, don Pedro?
       –No, no antes quise ser boxeador y un señor de esos vivos que siempre hay me ofreció quinientos pesos (lo que entonces era una fortuna) por una pelea. Pero me hicieron una cosa muy fea. Peleé y gané y, finalmente, de los quinientos pesos prometidos me dieron cincuenta y me trataron horrible, pues hasta me dejaron con un frío de muerte, en mitad de la carretera. Yo me dije: “Si esto es el box qué más prosigue”.
            En Guadalajara yo me hice un muy buen panadero. Soy un repostero de primera. Sé hacer el mejor pan dulce de la República. Y alguna vez soñé con tener mi panadería propia. Quizá alguna vez ponga mi horno y abra una panadería de primera. El oficio lo conozco muy bien. Bueno, pues volví a mi pan tras ganar aquella pelea y ser tan mal pagado. Al diablo con el box, me había dicho, pero… los cuadriláteros marcarían mi destino. Me entregué a la lucha olímpica y fui Campeón Nacional Olímpico. Pero ahí como en todo, hay su política y tras catorce años de ser luchador olímpico aquello se acabó. Tuve problemas. Hablar claro y alto siempre le trae a uno problemas. Así es esta vida. Pero yo no sé hablar bajo y oscuro.
            En Guadalajara yo tenía un guía y amigo: “El Diablo” Velasco, y con él me refugiaba cuando me sentía mal. Fue él el que me dijo: “¿Por qué no te haces luchador profesional? Tú tienes algo que le falta a muchos; tienes coraje”. Yo no quería, pero lo pensé y… Él me dijo: “En seis meses yo te pongo en tu sitio”. El 10 de mayo de 1970, en Sayula, combatí por primera vez, como emergente, y junto al “Indio Jerónimo” contra Red Terro y Alfonso Dantés. Cobré treinta pesos y me dieron una buena paliza. Perdí varías luchas al hilo hasta que me enderecé y le vi la luz al túnel. Empecé a salir mejor de mis combates. Me fui curtiendo en firme. Aprendí mucho. Yo no estoy de acuerdo con esos mexicanos que se van a lo fácil, yo creo en lo difícil, pues sólo yéndose a lo difícil se supera uno. Hoy cualquier maromero se cree luchador, y lo que es peor: guía y entrenador. Pocos quieren ir a aprender con los que saben de verdad (como un Ray Mendoza, por ejemplo) y sí con los saltimbanquis. La lucha es un deporte muy serio, muy verdad y hay que luchar por que lo siga siendo.
            –De acuerdo. ¿Y cuándo vino usted a México?
        –En 1971 llegué aquí, y me encontré con la política de las empresas y esos que hacen los reportes si no le das unos centavos escriben lo que no es. Ellos reportaban a la empresa lo contrario de lo que yo hacía porque nunca les aflojé un centavo. También choqué con esos que se dicen periodistas y te piden una "lana". Así que me hice antipático y me tuve que ir de aquí muy decepcionado de la gente. Pero sin arrepentirme. Llegué a Monterrey, y allí, Ray Plata, que es un hombre muy derecho y al que le gusta la lucha de verdad, me volvió a dar la oportunidad de subir al cuadrilátero. En México me habían corrido de la empresa.                
            Reinicié la carrera, me contrataron para la Costa, en la primera gira luché en el primer combate, pero en la segunda ya luchaba como estrella. Recuerdo que me casé en viernes, y el domingo me mandaron a luchar y tuve que dejar a mi mujer solita. Bueno, yo lloré. Pero fue entonces que me encontré con Karloff Lagarde (todo un hombre). Él me dijo: “Oye, Perrito, tú puedes hacer algo. No te estoy diciendo que te voy a dejar el pandero, pero…”. Era mi compañero y una noche chocamos en Tijuana y salimos a golpes. Él era el señor, toda una figura y yo, después de aquella bronca, me daba por perdido. Me sentía muy mal, muy mal. Pero seguimos viajando juntos. Había que cumplir. En el viaje “La Furia”, que venía con nosotros, compró un cartón de cerveza. Íbamos de Tijuana a Guaymas, era de noche y “La Furia” ofreció al señor Lagarde una cerveza y fue entonces que el señor Lagarde le dijo: “Dale al Perrito”. Me dio y Lagarde me dijo: “¿No vas a brindar conmigo? –Sí, señor. Y al decir yo esto me dijo: “Mira, Perrito, lo de allí es de allí y lo de aquí es de aquí. Estamos aquí y esto es otra cosa. Vengase para acá”. Sentí bien suave. Y surgió en aquel momento jugarnos la cabellera y nos la jugamos en el auditorio de Tijuana y gané. Esto fue definitivo y desde aquel instante cambiaría mi carrera de luchador. Le debo por eso muchísimo al señor Lagarde. Una semana después arrebaté el campeonato de los “Walters” a Alberto Muñoz, quien había vencido a Karloff  Lagarde. Esto llamó la atención y los que sabían empezaron a preguntarse: “¿Quién es ese Perro? Queremos verlo”. Y me perdonaron y volví al Distrito Federal. Seguí luchando en el cuadrilátero y también abajo (donde a veces es peor) contra la corriente. No me acababan de dar oportunidades y estuve a punto de retirarme y abrir una panadería, pues yo siempre he tenido una cosa: A mí no me asusta el trabajo y me lanzo a fondo, pero en esto no la veía. En mitad de mis decepciones me dieron la oportunidad de luchar la del Cuás, ese combate que se ponía mientras la gente se iba retirando de la arena. Pero cuando yo luchaba la gente que se empezaba a salir volvía para verme y a veces opacábamos a las estrellas. Una vez estaba por fortuna en la arena Chava Lutteroth y me vio y me dijo: “Así quiero que luches siempre. El viernes te quiero aquí”. Los promotores no ven siempre las luchas y en más de una ocasión los engañan los que hacen los reportes. Aquella ocasión fue también muy importante en mi carrera porque la verdad se imponía.
            – ¿Su mejor recuerdo?
            –Ganar el campeonato en Japón y oír el himno nacional allí.
            – ¿Cuáles son los grandes luchadores de hoy en México?
          –"Fishna", "Sangre Chicana", "Villano 111", "Canek"… los grandes y buenos son pocos. Siempre ha sido así, pero el mundo de los gladiadores no es diferente a ningún otro. Por ejemplo, ¿acaso en su oficio no hay muchos malos y pocos buenos? Pero mire, esto es la realidad y cuando más malos haya más se verán a los buenos. Hay que alegrarse de que haya muchos malos, pues así los buenos brillamos más. 
              Y los ojos de don Pedro de Nochistlán refulgen con la malicia propia no de un perro lobo, sino de un callejero, de esos que se la saben de todas a todas, y es que él, antes de ser don Quijote fue Lazarillo. Luego nos jura que él es rudo de corazón, pero como se debe a la gente, pues… que todo sea por la gente, ya que sin ella no habría lucha ni "Perro" Aguayo, ni entrevistador, ni fotógrafo… Esa es la verdad… de manera, amigo lector, que usted es el que manda. A sus órdenes.
         
La entrevista fue publicada en la revista Súper Luchas. Director Leopoldo Meraz, el "El reportero Cor" (Reportero Corazón)

jueves, 19 de marzo de 2015

Dicho con rosas

Es un poema escrito en junio de 1972, dedicado a Juan Cervera por el poeta Juan Rejano. Este soneto es acontecer de pureza y finitud de la rosa emergente con la eternidad del rosal, así como el poeta y el hombre, que para tanta poesía los poetas, y para tantos hombres la existencia que es la semilla repetida y única, discontinua y heredada de la vida.

                                                           Dicho con rosas

                                            La gala del rosal, ayer erguida
                                            y alta en su tallo, ahora se deshoja; 
                                            pero otra nace ya, tan blanca o roja,
                                            y no menos en trance de partida.

                                            Es tan fiel copia la recién nacida
                                            de la que languidece, que se antoja
                                            que son la misma flor hoja por hoja,
                                            sangre las dos o nieve desvalida.

                                            Y heredándose perlas a corales
                                            siempre la muerte quedará brindada
                                            al paso de las rosas inmortales
                                          
                                            Ay, pero este morir es de otro modo,
                                            rosa ideal, belleza entresoñada,
                                            porque soy uno y moriré del todo.  

                                                                                  Para Juan Cervera,
                                                                                  con todo el cariño, y
                                                                                  en la complicidad poética.


                                                                                                         Junio, 1972.