La presencia de las flores en la poesía de López Velarde es una constante. Desde los primeros versos del bardo jerezano se advierte "la visión de los jardines", "el chorro de la fuente" y, por ende, "la blancura de los azahares y nardos".
Cuerpo de nardo dice que es el de su amada y a Cristo lo llama "celeste jardinero".
Hay en el autor de “La Suave Patria” un gusto voluptuoso por las flores. En “Tu voz profética” canta:
Y nuestro dulce noviazgo
será, Fuensanta, una flor
con un pétalo de enigma
y otro pétalo de amor.
En “Tus ventanas”, esas ventanas que miran al oriente, hay “pájaros y flores”.
En la floral provincia, tan fielmente reflejada en su poesía, tan universal, y siendo a su vez tan entrañablemente provinciana.
López Velarde “y la desmayada ofrenda del perfume/de rosas y claveles”.
Hay, en su visión del mundo, una emoción colorida y floral.
Los rosas de su Jerez natal se advierten en sus versos, en esos versos “a la luz del plenilunio” donde mueren las flores y también renacen en la “complicidad del infortunio,/en el rosal de la vida.”
Mundo de “pupilas llorosas” y “pétalos de esperanza”. Universo de “quimeras y rosas”.
Cantos de primavera en “que florea la eclesiástica unción de la cuaresma”, la intensidad del cielo y la tierra vestida de rosas. Y cabría preguntarse si la rosa es la flor principal en la poesía de López Velarde. Es posible, pero ahí en sus sonoros versos hay también “ramos de claveles” y, con los Viernes de Dolores, “cuando se anuncian ya las flores,” “el altar huele a lirios” y, con las flores, aparecen “las místicas naranjas”.
Bella, muy bella la catolicidad poética de Ramón López Velarde.
Cuanta sensualidad, cuanta poesía vegetal y perfumada en sus versos, escritos para leerse y decirse con deleitación. El poeta nos recuerda que “la corona de espinas, es suave rosa/ que perfuma la frente del amado”.
La insistencia en la rosa es una musical y colorida evidencia en la poesía estremecedora de López Velarde.
No faltan en esta poesía los “jardines soñolientos”, aunque vuelve una y otra vez a “los tiestos florecidos” y, en los tiestos, rosas. Sí, rosas “para ornar la frente de la amada” y muchachas, esas lindas muchachas que se llaman Rosa.
También preguntas que terminan en rosas, como ésta:
“¿Qué fue de aquellas dulces colegas que rieronpara mí, desde un marco de verdor y de rosas?”
Rosas de Zacatecas con la infancia y la adolescencia al fondo. Rosas… y “macetas de claveles”. “Los claveles de una maceta” y “un lúbrico lazo de claveles/ lanzados a cada virginal cintura”.
Se mueve López Velarde entre rosas y claveles, aunque confiesa:
“A medida que vivo ignoro más las cosas:no sé ni porqué encantan las hembras y las rosas.”
Pocas veces hallamos en su poesía las violetas, que él califica de pobres:
“Oculta en pobres hojas de violetas”.Y advertimos otras flores:“Las flores policromasque engalanan los clásicos mantonesde Manila…”
Junto con los adornos de rosas artificiales y pétalos de flores no nombradas.
Y vuelve y vuelve a insistir en “la rosa intacta” y “en la rosa perenne:
“Y pensar que extraviamosla senda milagrosaen que se hubiera abiertonuestra ilusión, como perenne rosa.”
¿Cómo no aspirar a la rosa perenne? Todos aspiramos a lo perenne ante el drama del tránsito inevitable de la vida y las flores.
De súbito nos encontramos en López Velarde con “la flor del paraíso”, esa flor…Vayamos al verso:
“Por débil y pequeña,oh flor de paraíso,cabías en el vérticedel corazón en fiesta que te quiso.”
Y aparecen los lirios: “Mis lirios van muriendo, y me dan pena…”
Flores que nacen y desaparecen. Vidas que nacen y mueren.
¿Serán en sí y por sí las mismas que amasa el Creador agolpes de memoria con la levadura del olvido?
Y entre tiestos, macetas y jardines aparecen en la poesía de Ramón López Velarde:
“Propietarios de huertos y huertas copiosas,regatean las frutas y las rosas.”
¿Qué inexplicable mundo es este donde el poeta sabe del llanto y la risa de las flores?
Quizá nadie lo sepa, o tal vez, sin saber que lo sabemos, todos estamos conscientes de ello, y a nadie escapa, mientras lee la poesía de Ramón López Velarde, el gozo y el sufrimiento del clavel y la rosa ante la mirada de los naranjos en flor, la música del chorro de la fuente y el sentimiento de los azahares y los nardos, al sentirse acariciados por los ardientes rayos del sol y la fragante suavidad de las zalameras brisas.
EVOCACIÓN DE LÓPEZ VELARDE
I
Donde la calle de tu nombre aflora
cual rosal de Jerez, anclé mi nave
aquella media tarde en forma de ave
y en flor de amarillez cautivadora.
"Aquí nació Ramón..." Tu casa otrora
era mía de súbito, y la llave
de su puerta --¡quién sabe por qué sabe!--
sonaba en mi bolsillo. Era la hora
del sentir y del saber, y yo sabía
y sentía, cosa al cabo muy humana
que tu casa, Ramón, era la mía.
Y entré en mi casa antigua --¡tan lejana!--
al entrar en tu casa, donde olía
a presencia de madre provinciana.
II
Aquella silenciosa caravana
de hormigas por la cal. Los gorriones
aquellos en la tapia. Los balcones
vigilantes. La tarde jerezana
como un árbol sin fin. La voz arcana
y mágica del pozo. Los rincones,
aún con polvo de cuentos y canciones,
y el sueño de tu infancia en la ventana.
Recorría yo tu casa, recorría
aquel párvulo espacio detenido
en tus primeros pasos todavía.
Y el provinciano tiempo, niñecido
--¡dádiva inesperada!--, me envolvía
de recuerdos robados al olvido.
III
Las tiernas guías de la verde parra
del patio de tu casa, como redes,
entretejían de sombras las paredes.
Gemía oculta en el pozo una guitarra.
Y el pámpano más viejo que allí narra
la historia de tu infancia y tus mercedes
me murmuró: "Recuerda que tú puedes,
hormiga economista, ser cigarra".
Mi ánima infantilmente emocionada
sintió que un don antiguo trascendía
de luz niña la luz de mi mirada.
El misterio otra vez me poseía,
daba a mi corazón su gracia alada
y en vástagos de aurora me envolvía.
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Jerez. Imagen extraída de México desconocido |
IV
Absorto ante los techos de madera
presagiaba el rumor de la polilla,
los leves pasos, flor de zapatilla,
de unos pies maternales por la estera.
Soñé que retornaba a mi primera
infancia de improviso, y una astilla
de nostalgia cruzó la vieja villa
que guardo en mi memoria aceitunera.
Tu casa olía a pan recién sacado
del horno familiar y, viga a viga,
me conducía al tiempo enamorado
que en mis noches de frío aún me abriga
cuando en la gran ciudad, abandonado,
me duelo de no hallar la mano amiga.