Pues
puedo muchas cosas, aunque al ojo borroso de las gentes,
de
ciertas y pobres gentes, de esas gentes
que,
aunque dueñas del oro y de la plata,
no
alcanzarán a entrar en la secreta pulpa del durazno
ni
en la carne mollar de la uva mística,
el
poeta, ah el poeta, tan sólo pueda huir
por
el temblor infín de las palabras;
jugar,
jugar, en suma, con su vago rumor
de
ansias, para ellos, indecisas
y
perderse en su red o cárcel invisible
como
si fuera un pez, sólo un pez que agoniza
preso
en la celda gris de sus desvelos.
Más
eso no es verdad, pues el poeta
‒
que es yerba, pez y ave y, sobretodo, hombre–
es
un ser que jamás estuvo solo.
Hay
ojos que lo ven y oídos que lo escuchan
y la justicia avanza
por la luz de sus labios.
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