El peregrino,
ya al final del camino
y a solas con Dios,
se mira al espejo de su vida
y pesa gramo a gramo
el peso de sus actos.
El fiel de la balanza
no le permite el engaño más mínimo.
Pide perdón al sol,
perdón le pide al aire
y al agua y a la tierra,
y a la vida le pide perdón, el peregrino,
y habla y habla con Dios y sonríe y canta,
pues sabe que ha llegado a su destino
y, gracias al amor, y a todo lo que fue, y todo lo que es,
será al fin y por fin maravilloso.
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