miércoles, 25 de febrero de 2015

La verdadera sabiduría

Yo me atrevo a suponer que hoy hemos confundido, en mucho, cuál es la verdadera sabiduría. Hoy es común caer en la creencia que el sabio es aquel que domina, o es un experto, en esta o aquella ciencia.
Solemos llamar sabios a los que perfeccionan una técnica o a los que descubren determinados elementos, así como a los hombres de mucha erudición. Nos parece que ahí está la sabiduría, tal vez porque hemos olvidado lo que es realmente el saber.
Pero la verdad de las cosas es otra, como el verdadero saber es otro muy distinto del que andamos suponiendo. En nuestro mundo occidental hemos relacionado equívocamente la sabiduría con todo aquello que hemos dado en llamar útil al simple nivel económico.
Y es así que el saber puede ser confundido fácilmente con la ganancia o con aquello que nos ayuda a conseguirla. De manera que se supone que sabe más aquel que está en mejor posesión que aquel otro que apenas si logra tener lo necesario.
La sabiduría se ha llegado entre nosotros hasta confundir con la inmoralidad. Y nada hay más lejos del verdadero saber, por remunerado que resulte, que la ausencia de moral en el ser humano.
Se cree que el engañador es más sabio que el engañado. Así se suele decir "que trabajen los tontos", que "laboren los idiotas" y otras frases despectivas en las que queda demostrado que sus decidores son en realidad grandes ignorantes, por bien que les vaya en lo que se refiere a tener buenas casas, buenos coches y buenos trajes.
El verdadero sabio sabe algo más y porque sabe ese "algo más" es por lo que sabe que no hay auténtico saber sin auténtico amor. Y es acaso por eso que los sabios que han sido y siguen siendo o viven en mayoría marginados y de tarde en tarde, alguno que otro, se disfraza para llegar al poder y desde allí darnos una lección que pocos entienden y que los más aceptan por miedo más que por convencimiento.
Hay algo que muy pocos hombre llegan a entender con claridad, y ese algo es sencillamente eso que hemos dado en llamar amor a nuestros semejantes y sin el cual todas las ciencias sabidas o por saber no valen nada y a nada pueden conducirnos, pues donde no hay corazón toda la inteligencia, por brillante que sea, está de sobra.
Hemos olvidado lo que es vivir, hemos hecho de la vida una cruel e inhumana competencia, cuando más que competir, la vida trata, entre los hombres, de ser, cuando se manifiesta según su real sentido, una labor de equipo, sin que por ello cada quien pierda su individualidad.
El sabio, el verdadero sabio, en suma, es aquel que alcanza a vivir sin que su sombra le quite el sol a nadie y sin que la sombra de nadie le quite el sol a él, pues tal como dijeron siempre los campesinos que supieron serlo, "el sol sale para todos". Y ese, "el sol sale para todos" es, en el orden y concierto de la verdadera vida y del verdadero saber, la más alta conquista a la que el hombre puede aspirar.


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